domingo, 1 de marzo de 2015

El día de todas las almas

Les comunico que he estado enfermo. No, no es verdad, no he estado enfermo, pero hagamos como si lo hubiera estado. En todo caso se trataría de una enfermedad metafísica, la única clase de enfermedad que un individuo de mediana edad con responsabilidades familiares y una carrera profesional vacilante puede permitirse. De salud, de lo que vulgarmente se entiende por salud, ando bien, lo que no es poco. Ahora que si hablamos de dinero la cosa cambia. Vamos tirando, no obstante. No me quejo demasiado. Hay para pagar las facturas.

De mis amigos y conocidos, ¿qué les puedo decir? El que no está podrido, está tan cambiado que parece otro. Unos se momifican, otros se descomponen, y entre todos sumamos siglos. ¿Pero qué importa eso ahora? Que cada palo aguante su vela y cada cual con su cada cuala, como hubiera dicho mi abuela (la de Odessa, no se confundan). Y para tranquilizar las conciencias: es completamente seguro que seguiremos viéndonos de vez en cuando en El Vizcaíno.

Sobre literatura. Algo de los rusos y una novela de Cees Nooteboom –que leo a saltos– en la debo hallar alguna cosa, tal vez una señal, un guiño cuando menos. De momento me ha traído el descubrimiento de los cuadros de Caspar David Friedrich. En uno de ellos, mi favorito, se me ve de espaldas contemplando el abismo. Búsquenlo si les apetece. Es que en este preciso instante (domingo, uno de marzo de 2015, a las 15.10 horas) es el vivo retrato de mi espíritu.