domingo, 13 de marzo de 2011

Diario argentino

Sábado

Me levanté alrededor de las diez y preparé el desayuno: cereales con leche para mi hijo y café y tostadas con mantequilla para mí. La prensa digital: terribles noticias del Japón. Pensé que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Luego, una larga ducha para eliminar de mi piel cualquier vestigio de olor a hospital y somera limpieza de los zapatos embarrados.
A las doce y pico salí a la calle con mi hijo. Llevé tres bolsas de víveres a casa de mis padres, dejé allí al niño y fui a La Casa de las Planchas a comprar dos bombillas de 60 vatios. En la farmacia de la calle Amor de Dios un tipo intentó colarse, pero yo se lo impedí enérgicamente. Gran satisfacción por mi parte.
De nuevo en casa de mis padres, donde afeité a mi padre y ayudé a mi hijo a recortar un trozo de cartón. El niño decidió quedarse a almorzar con sus abuelos y yo pensé que se me presentaba una magnífica ocasión para pasar un par de horas a solas en casa. Mi hijo, abrazándose hipócritamente a mis piernas: "Papá, te voy a echar un poquito de menos".
Cuando mi mujer regresó del trabajo a eso de las tres y media, me encontró leyendo la página 457 de las memorias de Chateaubriand, justamente esa en la que el autor nos informa de la muerte de Mme. de Beaumont: "...vamos, es preciso despedirnos. Llamad al abate de Bonnevie". Almuerzo: carne con guisantes. En la sobremesa vi la película Spider, cuyo argumento pude predecir -a grandes rasgos, naturalmente- desde que oí pronunciar al protagonista la palabra "mamá".
Alrededor de las siete: tranvía, autobús, casa de mi suegra, dulces preparados por mi cuñada, algarabía de niños y una densa conversación acerca de las próximas vacaciones de verano. A las diez: autobús, tranvía y regreso a casa... donde estoy en este preciso momento, escribiendo en pijama.
Publico esto para que me conozcan en la intimidad.