lunes, 28 de septiembre de 2009

FRASE RECURRENTE

Siempre que vienen los días perros me acuerdo de la frase que una vez me dijo un amigo recordando los tiempos en que se quedó sin mujer, sin casa y sin trabajo, todo de golpe y sin previo aviso: estaba tan jodido, decía, que si alguien me hubiera dicho hijo de puta por la calle yo habría agachado la cabeza.

martes, 22 de septiembre de 2009

AUTOBIOGRAFÍA ABREVIADA. INFANCIA (II)

1974: Escribo e ilustro un relato cuya primera frase dice: en París había terror porque Drácula mataba. Acabo párvulos, entrega de diplomas en el salón de actos, empiezo primero de EGB. Debo de ser un alumno realmente ejemplar, porque don César, el profesor, me sienta al lado de su hijo para que el muchacho tenga la mejor compañía posible. En clase nos llamamos por el número de lista. El cinco, el veintitrés. En el recreo todos los niños llevamos pistola. Jugamos a matarnos una y otra vez y hay días en que muero hasta quince veces. Un día se me olvida en casa el revólver y me camelo al tonto del cuarentaidós para que me preste su luger, prometiéndole que al día siguiente le dejaré mi revólver cargado con balas de verdad. Llega la hora de cumplir mi promesa, el tonto del cuarentaidós se me acerca y me pide el revólver y yo me hago el loco como si no supiera de qué me habla y sigo pegando tiros. El cuarentaidós se me queda mirando en silencio y con el corazón roto. No se ha traído la luger. Confiaba en mi palabra. De modo que puedo engañar y burlarme de los débiles como cualquier hijo de puta, me digo. De modo que puedo hacer el mal y quedarme tan ancho. Lección aprendida. Aprendida para siempre.

1975: Cambio de aires. De las tinieblas de La Salle al sol de Los Calasancios. De la calle San Luis a Montequinto. De los curas a las monjas. Colegio mixto, además. Las niñas, esas criaturas extrañas y sabias y extremadamente interesantes. Rápidamente me echo novia, la Débora. En el largo recreo de la tarde nos paseamos, la Débora y yo, cogidos por la cintura. Un día que estoy saltando a la comba con dos niñas, se me acerca una monja y me reprende. Los niños con los niños, las niñas con las niñas. Obedezco y me busco amistades masculinas. Mi amigo Eduardo me cuenta historias fantásticas que yo tomo por verdaderas. Leo Mortadelo y Filemón. Leo Maese Pérez el organista en una revista del colegio. La muerte de Franco me pilla en cama con paperas. Cuando vuelvo al colegio, leo el testamento político de Franco en el cartel que han colocado a la entrada del edificio principal. La rica multiplicidad de nuestras regiones y todo eso. Juego al escritor: en el lavadero de la casa de la calle Atienza coloco una silla y una mesa y sobre la mesa un montón de cuartillas en las que trato de escribir una novela rusa. En un rincón del lavadero, sobre un viejo colchón, duerme mi mujer (la fregona). Debo acabar la novela, cobrar un anticipo de la editorial y comprar medicinas para mi mujer. Vivimos en la peor de las miserias, pero no me importa. Yo escribo, escribo.

sábado, 12 de septiembre de 2009

AUTOBIOGRAFÍA ABREVIADA. INFANCIA

1968: Nazco o me nacen. Me bautizan en la basílica del Gran Poder. Yo me dejo hacer. Mis padres son unos críos de veintipocos años y yo no las tengo todas conmigo.

1969: Largas conversaciones telefónicas con mi tía Carmela.

1970: Me llevan a Gibraleón. Nada más llegar al pueblo, me pego un batacazo y me abro una brecha en la frente cuya cicatriz aún me duele si la presiono con los dedos. Mi padre cuenta con orgullo que no derramé una sola lágrima mientras el practicante o veterinario del pueblo me cosía la herida. Nace mi hermano y yo intento asesinarlo en un descuido de mi madre cubriéndolo con polvos de talco. Mi único amigo: el galápago milenario que vive en los arriates. Le recomiendo a la prima Loli, la más fea del pueblo, que se compre un novio en El Corte Inglés. Yo me echo mi primera novia, la Cinti. Canto el Achilipú y todos se parten con mis gracias. Una noche de verano, sentado en el suelo del patio, descubro que tengo los pies feísimos, pero no se lo digo a nadie. Me hacen cantar una y otra vez el Achilipú. Achilipú, apú, apú...

1971: Otra vez en Sevilla. Yo me dejo hacer. Ya se verá en qué acaba el asunto. Juego con un seiscientos en miniatura igualito al que tiene mi abuelo. Mi tía Carmela me regala un coche a pedales con capota y todo. Conduzco mi flamante coche por el patio del almacén de mi abuelo mientras la lluvia cae sobre la capota. Plot, plot, plot. A todo esto me llevan al Espíritu Santo, mi primer colegio, y yo lloro y me dejo hacer. La clase es oscurísima, no se ve nada. Los niños recitamos a coro: por los siglos de los siglos, amén. Sobrecogedor. En el patio del colegio una monja vende chicles Bazooka duros como piedras. Viene a recogerme mi tío Rafael y yo me abrazo a sus piernas como un náufrago se abrazaría a una tabla. A los pocos días me sacan del colegio. Una vez liberado, me dedico a jugar con los perros de mi abuelo. A la Tula casi la dejo ciega echándole un puñado de tierra en los ojos, el animalito.

1972: A San Cayetano, y esta vez parece que va en serio. Yo me dejo hacer. La clase huele a goma de borrar y a viruta de lápices y a vómito de niño chico. Sor Bibiana me enseña el padrenuestro. Un niño logra aterrorizarme diciéndome que su padre es un romano que va a matar a mis padres y a toda mi familia con su espada, el muy hijo de puta. Otro niño que huele a huevos cocidos me dice que se llama Israel. En el comedor del colegio, después de tomarme la sopa, dibujo con el dedo en el fondo del plato el número 5. Viene un negro y nos hace una película con un tomavistas. Días después nos sientan a todos los niños en el patio y nos pasan la película: mi hermano con la cara llena de chocolate mirando fíjamente y como alucinado a la cámara.

1973: Colegio La Salle de la calle San Luis. Don Fernando, que me trata de usted y entra en trance cada vez que habla a sus alumnos de la imagen de la Virgen de los Reyes que llevaba San Fernando en la silla de montar, el cuadro de honor, la foto de Franco presidiendo la clase, el hermano Secundino golpeándome en la cabeza con una llave o tirándome de las patillas sin que yo le dé motivo alguno, por pura maldad lasaliana, las ortigas que crecen en las grietas de los muros del patio de recreo, el olor a zotal de los urinarios, el cura que vigila en el comedor y me obliga a comer con cuchillo y tenedor el trozo de queso que mi madre me ha puesto en la fiambrera, la cancela del zaguán, los pupitres, el silencio de la clase, el horror, el horror. Cada mañana vomito el café con leche que me da mi madre para desayunar, así que mi madre deja de darme café y empieza a darme zumo de naranja con azúcar. El miedo me hace ser el alumno más aplicado que quepa imaginar. Saco 10 en todo. Sólo una vez me llevo un palmetazo en la mano por equivocarme en una suma. No volverá a pasar. Los cuadernillos Rubio y el bloc de dibujo Platero. El olor que exhalan las páginas de El Parvulito. Cada día debo recitar de memoria la lección de El Parvulito. El profesor me llama por mi apellido, salgo a la pizarra, me pongo de pie sobre una loseta de color más oscuro (y ¡ay del que se salga de la loseta!) y suelto de un tirón: Dios es nuestro padre celestial, que premia a los buenos y castiga a los malos, etc. Disciplina. Flores a María. Sotanas. Soy el número uno de la clase. En el recreo juego a los esquiadores. Los niños corremos en zigzag y movemos los brazos como si lleváramos bastones de esquí. Es deprimente. Don Fernando trae un magnetófono y nos pone villancicos que suenan tristísimos. Pampanitos verdes, hojas de limón... Hubiera preferido no tener que oír esos villancicos. No me gustan las digresiones. Prefiero el ordenado discurrir de las cosas, la disciplina, el terror cotidiano y comprensible.

sábado, 5 de septiembre de 2009

INICIACIÓN A LA LITERATURA SURREALISTA

Yo tenía veinte años y en alguna parte había leído que la cosa empezó con Lautréamont, aunque Lautréamont se murió el pobrecito mucho antes de que Breton y los demás surrealistas lo divinizaran. Así que hice mis deberes y me leí de cabo a rabo Los cantos de Maldoror, y bueno... bien... La foto del tal Lautréamont estuvo pegada con cinta adhesiva en la pared de mi cuarto durante años, junto a las de Paul Keres y Capablanca de chico jugando al ajedrez con su padre. Después vino Nadia, de André Breton, que me gustó a ratos. No llegué a enamorarme de la muchacha, aunque le puse empeño, y el narcisismo de Breton me fastidiaba. De Breton leí también Antología del humor negro y Pez soluble y cómo no, los famosos manifiestos surrealistas. Nada del otro mundo, en mi opinión. Leí también una novela de Aragon, Aniceto o el panorama, que me pareció malísima. Para quitarme el mal sabor de boca que me habían dejado las andanzas del tal Aniceto, quise leer El campesino de París, pero los libreros sevillanos me decían que ese libro no existía o bien que no estaba traducido al español. Puras mentiras. Años después me lo prestó un amigo, el libro, pero ya se me había pasado la fiebre del surrealismo y el libro no me hizo el menor efecto. Ni siquiera pude acabarlo. En la feria del libro antiguo de no recuerdo qué año me compré por cuatro perras las Escrituras de Max Ernst. Me gustó mucho la historia del hombre que perdió su esqueleto. También compré en la feria un ensayo sobre el surrealismo en España, de Aranda, y aprendí un montón de cosas que ya se me han olvidado. Lo mejor fue, sin dudarlo, La vida secreta de Salvador Dalí, obra maestra de la literatura que demuestra dos cosas: a) que el surrealismo es cosa de españoles, no de franceses sabihondos, y b) que Dalí era mejor escritor que pintor, lo que ya había advertido en su momento el padre del propio Dalí. También me interesé por Dada, leí el Almanaque Dada y aprendí a hacer poemas aleatorios. Hice algunos poemas aleatorios, pero he debido de perderlos en alguna mudanza. Tanto mejor, porque sospecho que eran muy malos. Recuerdo que leí algo de Ionescu, La cantante calva, tal vez, pero no estoy seguro de que Ionescu fuera surrealista, aunque le andaba cerca. Mi mayor proeza en aquellos años consistió en leerme el teatro completo de Arrabal, que también anduvo cerca del surrealismo sin ser propiamente surrealista. Magnífico El arquitecto y el emperador de Asiria. Grande Arrabal.
Escribo de memoria. Si le echara un vistazo a mis libros estoy seguro de que encontraría alguna cosa más. La biografía de Duchamp. Poemas de Breton. Los caligramas de Apollinaire. Sí, hay más. Seguro.
El surrealismo se pasa con los años, como tantas otras cosas hermosas.