sábado, 30 de octubre de 2010

El hombre que vio a la pantera y compañía

El ayuntamiento me ha embargado la cuenta del banco, mi padre está enfermo, no sé cuándo voy a cobrar lo que me deben mis clientes, ya no soy joven y empiezo a preocuparme por cosas que hasta no hace mucho me tenían sin cuidado. Por lo demás, soy feliz.

sábado, 16 de octubre de 2010

Las despreocupaciones de un padre de familia

Nuestro odradek (porque nosotros tenemos un odradek) es una cabeza de San Martín de Porres del tamaño de un garbanzo, negra y desportillada, que desde hace años rueda a su antojo por casa con el beneplácito de sus moradores, tan contentos de tener un odradek como otros lo están de poseer un aleph o un gremlin. Este odradek nuestro empezó a serlo el día en que el San Martín de Porres de escayola que yo tenía sobre la mesita de noche (una especie de recuerdo de la infancia) se cayó accidentalmente al suelo y se partió la cabeza. La cabeza salió disparada, y por más que la buscamos mi mujer y yo por todas partes no hubo manera de encontrarla. Se nos quedó, pues, el santo sin cabeza, y daba tanta grima verlo así, descabezado, que acabé por tirarlo a la basura. El caso es que, mucho tiempo después, la cabeza apareció donde menos se la esperaba (detrás del bidé, por qué no decirlo), pero saltaba a la vista que ya no era simplemente la cabeza perdida de San Martín de Porres. Se había convertido, entre tanto, en un odradek.
Como todo odradek que se precie de serlo, el nuestro desaparece durante meses para reaparecer el día menos pensado detrás del mueble de la tele o en un rincón de la cocina poco frecuentado por la escoba. Entonces uno se alegra muchísimo de verlo después de tanto tiempo y le dice a su mujer o a su hijo: ¡mira, el odradek!, y lo coge con cuidado entre los dedos y se le queda mirando un rato a los ojos, esos ojitos infantiles y pícaros que parecen decir ¡suéltame ya, hombre! Y uno tiene que soltarlo de inmediato, por supuesto, porque en eso consiste el juego, en dejarlo rodar libremente por la casa para que nuestro odradek pueda cumplir su destino de odradek. Así que vuelvo a colocarlo en el suelo y de una cariñosa patada lo lanzo lo más lejos posible. Hasta la vista, amigo.
La idea de que mi odradek pueda sobrevivirme me trae sin cuidado. Como dijo aquél: las cosas quedan, las gentes se van. O algo así. Y es que uno no es Kafka, qué coño.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Auguste B. y el gran Lebowski (una explicación que nadie me ha pedido)

Hace un par de días escribí una entrada en este blog a la que puse por título "Auguste B. y el gran Lebowski". Al releerla a la mañana siguiente, mientras me desayunaba con mi habitual taza de café negro y el primer cigarrillo de la jornada, me di cuenta de que lo que había escrito por la noche resultaba a la luz del día excesivamente lúgubre y lacrimoso y, por encima de todo, falso; un insoportable vaho de falsedad y tristeza emanaba de aquella entrada -que en el fondo quería ser verdadera y alegre-, así que la suprimí de un golpe de ratón y me quedé tan ancho. No me arrepiento de haberla enviado al limbo de los archivos suprimidos. Al contrario, me felicito por ello.

Pero ahora... ahora me comen las dudas. ¿No debería hacer lo mismo con todo lo que he escrito aquí, en este blog? ¿No debería mandarlo todo al limbo, léase, al carajo? ¿No debería mandar ahora mismo al limbo (léase, etc.) esta entrada que acabo de escribir y que, por supuesto, tampoco...?
Pero la mano se me va, se va sola al ratón, el puntero se desplaza por la pantalla y se posa sobre el botoncito fatídico, y ¡click! vuelta a empezar.