domingo, 18 de abril de 2010

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS

Anoche soñé que las tuberías del cuarto de baño reventaban a causa de la excesiva presión del agua; toda la casa, a excepción del dormitorio de mi hijo, quedó inundada en apenas unos minutos. Inmediatamente culpé de aquel desastre a mi vecino de abajo, sin razón alguna, simplemente porque no lo soporto. Desperté con dolor de cabeza, miré el reloj y vi que eran las tres de la madrugada. Entonces me dije: tu casa es tu cuerpo, las tuberías son las arterias; ¡debes vigilar la presión sanguínea!
Esta mañana el vecino de abajo ha cortado el agua para poder instalar un grifo en el patio.

domingo, 11 de abril de 2010

EL HOMBRE DE LA MASCOTA (V)

El hombre de la mascota tiene nombre y apellidos, puesto que el hombre de la mascota es real, no está de más recordarlo, aunque a veces, por culpa del tono literario o pseudoliterario o pretenciosamente literario de estas notas (es una vergüenza, pero no consigo decir las cosas de otro modo), pueda parecer lo contrario: yo mismo, al releerme ("hasta yo me releo a veces, y entonces bicarbonato", decía el mismísimo Cortázar), he llegado a dudar de la realidad del hombre de la mascota. Como hombre real que es, tiene, repito, nombre y apellidos, y lo que aquí me interesa decir es que ese nombre y esos apellidos fueron una vez (¡una sola y preciosa vez!) escuchados e inmediatamente olvidados por alguien que, tan pronto como escuchó y olvidó, se apresuró a contarme lo que yo ahora trataré de contar aquí casi un año después; no pudo memorizar el nombre y los apellidos, como digo, aunque es de suponer que esta persona que escuchó el nombre y los apellidos del aquí llamado hombre de la mascota los escuchó con suma atención, toda la atención que pudo ser capaz de prestar cuando de golpe y para su sorpresa reconoció al hombre (no sólo yo he reparado en su existencia, cualquiera que tenga ojos en la cara puede hacerlo) y se extrañó de verlo fuera de su puesto y en un lugar (colegio electoral del distrito de Nervión) aparentemente muy poco propicio para un encuentro con el hombre de la mascota. De modo que esta persona, de cuyo relato no puedo dudar, reconoció al hombre tan pronto como lo tuvo frente a sí, se extrañó de verlo allí, en un colegio electoral, con su mascota y su bastón y una papeleta electoral en la mano, se extrañó y se emocionó y se dijo: así que el hombre de la mascota vive en Nervión y todos los días viene de Nervión al centro para ocupar su puesto. Y cuando el hombre de la mascota, como el hombre real que es, puso sobre la mesa su carnet de identidad y pronunció su nombre y apellidos, esta persona, mi corresponsal, por así decirlo, pudo oír claramente su nombre y apellidos pronunciados por el hombre mismo, pero no fue capaz de memorizarlos, y aunque, según me dijo, tuvo la intención de anotarlos en un papel mientras aún resonaban en su cabeza, por timidez o vaya usted a saber por qué no se decidió a hacerlo. De esta manera se perdió la oportunidad de saber el nombre y apellidos e incluso, con un poco de atrevimiento y astucia, el DNI del hombre de la mascota. Lo que tal vez quiera decir que el hombre de la mascota se resiste a dejarnos pruebas de su realidad, o que quienes nos hemos fijado en él y en su singular manera de pasar los días nos negamos la posibilidad, de una manera instintiva y subconsciente, de saber algo más de este hombre.

jueves, 8 de abril de 2010

EL HOMBRE DE LA MASCOTA (IV)

El hombre parecía inquieto. Abría y cerraba la boca como si le faltara el aire o como si quisiera decir algo y no se atreviera a decirlo o sencillamente no supiera qué decir. Se quedaba un rato con la boca abierta, después la cerraba y tragaba saliva, luego volvía a abrirla; no paraba de mover nerviosamente las piernas (estaba sentado) y de retorcer con ambas manos el puño del bastón. Nada que ver con el hierático e impertubable personaje que ha sido durante años y al que ya nos habíamos acostumbrado. Aquel desasosiego, nuevo e inesperado, era de lo más preocupante; me dio la impresión de que el hombre estaba enfermo, y de golpe y por vez primera tomé plena conciencia de su vejez. Al pasar junto a él, caminando despacio y fingiéndome un transeúnte más (fingiendo, porque en ese momento yo no era, como es fácil de entender, un transeúnte más), mi mirada se cruzó con la suya. Duró una milésima de segundo, en seguida desvié la mirada hacia otro lado, pero para mí aquella milésima de segundo fue, lo juro, un instante pavoroso. Por nada del mundo volvería a hacerlo. Mirarlo así, a los ojos. No, nunca más.
Lo que aquí me cuento ocurrió unos días antes de Semana Santa. Desde entonces no he vuelto a ver al hombre de la mascota. Ahora tengo negros presagios. Uno no puede saber cuándo será la última vez que vea al hombre de la mascota, y desde que comencé estas notas, hace casi dos meses, cada vez que lo veo (al menos lo he visto en tres ocasiones desde entonces, y no todos los días paso por la plaza del Duque) tengo miedo de que esa vez sea la última. No quisiera escribir más sobre este asunto, como no sea para decir, tranquila y simplemente, que estoy contento porque he vuelto a verlo.