jueves, 19 de marzo de 2009

HABLAMOS DE ESTO Y AQUELLO


La conversación empieza en la barra del Rinconcillo, zona de fumadores. Enrique habla del libro que acaba de leer sobre la expedición de Shackleton, un tipo duro y cabezón que acabó encajonando al Endurance entre toneladas de hielo antártico, como puede verse en la fotografía que he tomado prestada sin permiso de quien quiera que sea su propietario para ilustrar lo que aquí me cuento. Luego hablé yo, cité a Conrad (obvio), y por hablar de mis lecturas del momento, hablé de las novelas Manhattan Transfer (Enrique no la ha leído, yo he empezado a leerla) y Los detectives salvajes (Enrique sí la ha leído, le gustó mucho, pero me recomienda que no lea 2666). Luego, en el bar de la plaza de San Juan de la Palma, dejamos a un lado los libros y hablamos de cómo van los negocios (mal), de nuestros hijos, de lo mucho que nos gustan y nos van a seguir gustando las mujeres, de viejas tabernas que aún sobreviven aunque no se sabe por cuánto tiempo (el Vizcaíno, la bodeguita San José), de fotografía ("hay que buscar la imperfección con una máquina perfecta", sostiene Enrique; yo hablo de mi vieja zenit, con aquella cámara imperfecta uno tenía que pensar antes de disparar y los resultados no eran peores que los que ahora obtengo con mi moderna camarita digital, a la que por cierto le tengo tanto cariño como al venerable artefacto soviético); hablamos de esto y de aquello, imposible acordarme de todo. Sé que acabamos la noche en el Dueñas (Rafa y no recuerdo quién jugaban blitz en una de las mesas, pero yo resistí la tentación de abandonar a Enrique a su suerte y acercarme a echar un vistazo al tablero y tal vez jugar una partidita), donde hablamos de la factura, esa factura que... bueno, aquí me callo y termino, no sea que algún inspector de hacienda lea lo que no debe y saque conclusiones precipitadas.

miércoles, 18 de marzo de 2009

DE BOLAÑO A DOS PASSOS

Acabo de leer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño y empiezo Manhattan Transfer de Dos Passos. Como si una cosa llevara a la otra.

martes, 17 de marzo de 2009

CÍRCULO VICIOSO

Salgo a la calle con un pensamiento: no tengo talento para elegir. A este primer pensamiento le sigue un segundo: si acaso, he nacido para ser elegido. Respecto a las relaciones personales, lo suyo sería elegir a quien quiero que me elija y luego dejar que la naturaleza siga su curso. Cosa por lo demás imposible, pues, como ya he dicho, no tengo talento para elegir. Un círculo vicioso. No sé si me explico.

SUEÑO

El alcohol me hace soñar sueños extraordinarios: una habitación en penumbra, techo alto, paredes sucias y desnudas, en el centro de la habitación un sofá en el que estoy sentado con unos desconocidos. Nos cubrimos las piernas con una especie de red de pescador blanca que tratamos de remendar en absoluto silencio. De repente entran en la habitación tres mujeres vestidas de negro, llevan togas negras con unos cuellos de encaje excesivamente grandes y aparatosos, como los que usaría una vampiresa de novela gótica. Me fijo en las caras de mis acompañantes: lúgubres y reconcentradas, color grisáceo como si estuvieran cubiertas de ceniza. Las mujeres deambulan por la habitación con ridícula solemnidad, mientras nosotros, los remendadores de redes, seguimos a lo nuestro. Se nota que hay distancias insalvables entre nuestro grupo y el grupo de mujeres.

jueves, 12 de marzo de 2009

TENGO MAL CUERPO

Verdaderamente uno ya no es el que era, aquel jovencito capaz de beberse tropecientas cervezas y levantarse al día siguiente más o menos en forma (aunque hay que decir en honor a la verdad que nunca tuve lo que se dice un gran saque y que ese "más o menos en forma" hay que traducirlo por amnesia -a veces era incapaz de recordar dónde había aparcado el coche la noche anterior- y temblores en brazos y piernas). Digo esto porque anoche salí con Carlos G. a celebrar su cuadragésimo segunda vuelta de tiovivo y me bastaron cuatro cervezas, cuatro, para acabar hecho un guiñapo. No digo que estuviera borracho. Borracho no, pero me he pasado el día entero con resaca y no he podido hacer nada a derechas. Ahora mismo, y ya son las siete de la tarde, todavía me duele la nuca y no puedo hacer movimientos bruscos de cabeza sin ver las estrellas. De modo que voy a telefonear a Enrique para decirle que ya nos veremos otro día, que no tengo el cuerpo para tabernas. Por fortuna no hay casi nada que hacer en el despacho, y lo que hay que hacer puede esperar.
De los excesos e imprudencias que se cometen en la juventud: me acuerdo ahora de aquella vez que fui con Angelito a la feria de Lora del Río y acabé borracho perdido y en ese estado conduje hasta Sevilla, adonde llegamos milagrosamente sanos y salvos (se ve que el pajarito mandón aún no había decidido finiquitarme) a eso de las seis de la mañana. Al final de la carretera de Carmona tuve que detenerme para vomitar. Salí del coche dando tumbos y apoyé las manos en la tapia de una fábrica, comencé a largar y entonces unos perros se me vinieron encima, ladrando y corriendo desde el fondo del patio. La verja era lo suficientemente alta como para no sentirme amenazado, pero aquellos dientes y aquellas babas y aquellos ojos brillando a la luz de la luna (o de las farolas, no hay que perder la ocasión de despoetizar la realidad) no se me van a olvidar mientras viva.

miércoles, 4 de marzo de 2009

NOLI ME TANGERE

Los peligros de la relectura: Rayuela ni tocarla (al menos de momento).

martes, 3 de marzo de 2009

HOPPER / NOVELA NEGRA


Releo la anterior entrada de este mi diario publicable y me viene a la mente cierto cuadro de Hopper en el que unos personajes solitarios beben en un bar típicamente americano de los años cuarenta. También hay que decir que esta mañana he leído en mi despacho algunos párrafos de El largo adiós. Por alguna razón -que tal vez me aclaren estas líneas- el libro se me vino a las manos. Hopper, Chandler. El deseo de leer a Vázquez Montalbán. Los prejuicios ya superados que durante años me impidieron leer novela negra. Uno de los libros que me marcaron en la adolescencia fue Llamad a cualquier puerta. ¿Por qué lo que nos dio placer a los quince o dieciséis años no habría de gustarnos a los cuarenta? En todo caso, evitar cuidadosamente los peligros de la relectura.

lunes, 2 de marzo de 2009

A LA SALIDA DEL LEROY

El viernes, a la salida del Leroy Merlin, mi padre y yo nos detuvimos en un Gambrinus para tomar una cocacola (yo) y café y tarta (mi padre). A nuestra izquierda, en la barra, discutía una pareja. El tipo decía una y otra vez: ¿qué tengo que hacer?, díme, dime tú lo qué tengo que hacer, venga, explícamelo, porque yo no lo sé. Los miré disimuladamente. Él: calvo, cara arrugada aunque todavía joven, gesto desagradable. Ella: más joven, pelo moreno, cara insulsa (me hubiera gustado que la muchacha fuera guapa; me gusta ver a mujeres guapas desperdiciando con tipos feos y desagradables y presumiblemente pobres las enormes posibilidades que brinda la belleza, es una especie de venganza). La mujer encendió un cigarrillo y yo la imité encendiendo otro. Mi padre acabó de comerse la tarta y yo apuré mi vaso de cocacola. No quiso que yo pagara la cuenta.