jueves, 19 de febrero de 2009

JUZGADOS

Esta mañana juicio de faltas. El juez dictó sentencia absolutoria in voce y el cliente, un tipo verdaderamente impresentable, salió de la sala de vistas maldiciendo a los jueces y a la justicia. Antes de entrar en la sala, en el pasillo, me fijé en un tipo de unos cuarenta años, buen porte, vestido con rancia elegancia (chaqueta marrón, pañuelo verde asomando por el bolsillo y corbata del mismo color); tenía el cráneo rapado y lucía un pisacorbatas tal vez de oro con la bandera de España y el aguilucho franquista. Al dirigirle la palabra al agente judicial, el tono autoritario y cortés que cabe esperar de un verdadero caballero español.
Ya en la calle, los chicos de la prensa esperando la entrada o la salida de los juzgados de un nuevo detenido en el caso de la muchacha asesinada.

miércoles, 18 de febrero de 2009

EL TEMPLO DEL DIABLO


El sábado pasado excursión al llamado Templo del Diablo, un monasterio en ruinas a las afueras de Carmona, cerca del matadero. El lugar, al menos visto a pleno sol, no tiene nada de siniestro, lo que me produjo una pequeña decepción. Hice algunas fotografías.
Esta noche se me ha aparecido en sueños mi tía Carmela, muerta hace años. Me preguntó con voz rara (una especie de eco metálico vibraba en su voz) si yo había cambiado de escritorio. Le contesté: no, tita, no he cambiado de escritorio, es el mismo que tú me regalaste. Mi tía me puso una mano en el hombro y entonces yo me desperté y sentí durante unos segundos el peso de su mano sobre mi hombro izquierdo. No sentí miedo, tan solo la inquietante impresión de que mi tía estaba allí, en mi dormitorio, vigilándome tal vez.

martes, 17 de febrero de 2009

CIGARRILLOS / FOTOGRAFÍA

Carlos García y yo calculamos el número aproximado de cigarrillos que nos hemos fumado a lo largo de nuestras vidas. A mí me salen unos 146.000 y a Carlos 240.900. Así se explica que Carlos tosa por las mañanas y yo no.

Esta fotografía la hizo mi hijo, de tres años. La atmósfera vaporosa, la indefinición del encuadre, la suave tonalidad de los colores, la deliberada ambigüedad del tema. Todo ello produce en el espectador (su padre) un efecto de extrañamiento ante lo cotidiano como sólo puede darnos la mirada de un niño.

lunes, 16 de febrero de 2009

LA CARA EN LA NUCA

Me acuerdo de lo que decía Julio: después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca. No hago más que recordar los tiempos en que éramos capaces de pasarnos la noche bebiendo como animales y riendo como locos y todas nuestras preocupaciones se llamaban examen o sexo (obsérvese cómo se repite la siempre misteriosa letra equis). El viernes pasado salimos a dar una vuelta por ahí, Angelito, Carlos García, Rocío, Lola y yo -y nuestro hijo, porque no hay manera de que mis padres se queden con el niño. Daba lástima ver a Angelito apoyado contra la fachada del bar Las Columnas, doblado por el dolor, la cara hecha un poema mientras se lamentaba: la hernia me está matando, coño. En ese momento sentí lástima no tanto por el dolor del amigo sino por mí mismo, por mis casi cuarenta y un años y tanta vida desperdiciada. Porque uno siente que la vida, la verdadera vida, ya pasó, y no fuimos capaces de disfrutarla como merecíamos por el simple hecho de ser jóvenes, estar sanos y vivir de nuestros padres. Ángel está viejo, Carlos García está viejo, Rocío envejece. Me miro al espejo y todavía veo al muchacho que fui, pero si me miro en las caras de mis amigos no puedo sino sentir un escalofrío de pánico.
Ahora, mi único consuelo: los diez mil que escondo en el despacho, detrás de una caja de cartón.